Una de las ofertas más interesantes del cine en esta temporada baja, previa a los estrenos de verano, es Memorias de Manhattan, una cinta que ha sufrido varias veces el cambio de título, no sólo en idioma español -que ya se nos ha hecho una costumbre y no nos queda más que mencionarlo-, sino también en inglés. Cambió de 5 Flights Up a Ruth and Alex, y en nuestro idioma la conocimos como Ático sin ascensor, Ruth y Alex, y Memorias de Manhattan, este último siendo el menos atinado de todos, pues casi toda la historia se desarrolla en Brooklyn.

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Memorias de Manhattan nos ofrece un retrato de la vida misma, con dos súper personalidades de la pantalla grande: Diane Keaton y Morgan Freeman.

Ruth (Diane Keaton) y Alex Carver (Morgan Freeman) forman un matrimonio de adultos mayores -no precisamente ancianos-, que viven un apartamento de Brooklyn desde hace décadas. Sin embargo, el sitio no cuenta con elevador, y pensando en un futuro no muy lejano, Ruth acepta que su sobrina (Cynthia Nixon), dedicada a los bienes raíces, someta a su propiedad al mercado para ir tanteando las aguas. Mientras tanto, algunos acontecimientos poco afortunados irán probando a la pareja en su vida diaria, entre la preocupación de la esposa y la reticencia de Alex a vender.

Memorias de Manhattan nos ofrece un retrato de la vida misma, con las preocupaciones que devienen del envejecimiento, aunque no se centra del todo en ello. La aventura a la que se ven forzados -un tanto sin querer y un tanto queriendo- por parte de su sobrina, los llevará no solo a soportar la presencia de personas extrañas en sus vidas, con tal de obtener un precio justo, sino que además nos mantendrán interesados en esos pequeños problemas que le ocurren a los seres que queremos. Los flashbacks, multitud de ellos, nos remontan a la historia de la pareja y las decisiones que los hicieron como son, con las buenas actuaciones de Claire van der Boom, como la joven Ruth, y Korey Jackson, como el joven Alex. Ellos nos permiten empatizar más rápidamente con esta pareja interracial y nos damos cuenta por lo que tuvieron que pasar durante ese tiempo para formar una familia, nunca del todo completa, hasta la llegada de Dorothy, la perra que sustituiría al hijo que nunca pudieron tener.

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Cynthia Nixon interpreta a la sobrina que intenta «ayudar» a la tía, cuando en realidad es la antagonista que provoca toda esta aventura.

Es difícil enmarcar a esta película dentro de un género, porque como película dramática carece de escenas que muevan esas emociones que solemos esperar. Si bien hay situaciones con las que podemos empatizar, no logramos desbordarnos en llanto o en alegría. Lo que creo que Richard Loncraine intentó hacer en Memorias de Manhattan fue ofrecer una mirada al espectador sobre lo que realmente podríamos esperar de una pareja que estuviera viviendo una situación similar, así que el grado de dramatismo se ve sumamente diezmado en favor de un mayor realismo. Desde mi punto de vista, lo logró, aunque sin duda no podemos decir que esta cinta vaya a ser candidata a premio alguno. Es simplemente una historia muy bien llevada, y que se agradece en tiempos en los que las exageraciones están a la orden del día. Es tan rica como comer un helado de vainilla en el parque a la sombra de un fresno en un día cálido.