El domingo pasado, México fue testigo de ver a Guillermo del Toro triunfar al fin como Mejor Director en los Globos de Oro y de ver su candidatura fortalecerse camino hacia los Premios Oscar gracias a La Forma del Agua.

Y es cuando la curiosidad para ver qué fue lo que logró con esta cinta nos hace voltear a su película y tratar de entender la historia que él mismo escribió y que le ha valido muchos reconocimientos, desde El León de Oro del Festival de Venecia, una ovación en el Festival de Toronto, 2 Globos de Oro y ganar Mejor Película en losCriticsChoiceAwards y tres premios más.

Del Toro dirige en esta película a Sally Hawkins, Michael Shannon, Richard Jenkins, Doug Jones, Michael Stuhlbarg y Octavia Spencer entre otros actores.

Elisa Esposito es una mujer muda que vive sola en un departamento, tiene solo dos amigos, un ilustrador homosexual y una compañera del trabajo. Su rutina, como empleada de limpieza en un laboratorio secreto en Baltimore, hace que su vida sea aburrida y silenciosa. Un día llega una carga muy valiosa al laboratorio: un extraño monstruo anfibio con el que pronto Elisa comienza a tener un vínculo cada vez más y más cercano con la criatura, lo cual hará que ponga en riesgo su vida ante los deseos del gobierno de usarlo como un instrumento para tomar ventaja en la Guerra Fría.

 

Cuando menos lo esperas, la narrativa de Jenkins y la dirección de arte ya te tienen atrapado en la historia.

Hay que aceptar que la cinta tiene sus partes débiles, al grado que, mientras es el mejor guión que Del Toro ha hecho desde El Laberinto del Fauno, este se ve incapaz de superar a ese clásico y posiblemente a Cronos. Sin embargo, está más que entendido que este guion es algo personal, algo que se va convirtiendo poco a poco en una carta de amor al cine clase B que influyó tanto en Guillermo del Toro en su juventud, de que tendríamos que estar revisando una buena cantidad de películas que, de alguna manera u otra, influyen en esta historia, desde El Monstruo de la Laguna Negra (claro, la comparación de la criatura con Abe Sapien es inevitable, pero el personaje de Hellboy también es «hijo» de ese monstruo), La Bella y la Bestia y hasta el cine musical de los cuarenta.

Tenemos entonces una escena inicial que, pese a retratar la rutinaria vida de Elisa, esta hermosamente fotografiada, la música de Desplat, con ese tono hermoso, con influencias de la música de los cincuenta, logra hacer que la silenciosa rutina de la chica sea algo digno y hermoso de ver, algo que pronto nos ayuda a sentir empatía por nuestra heroína y quedamos pronto atrapados en el influjo de esta película.

Del Toro voltea los papeles de cualquier película Clase B que hayamos visto, la cinta no consiste en ver cómo la criatura se torna peligrosa para nosotros, sino cómo nosotros somos igual de peligrosos para ella., pero también cómo algunas personas pueden ser capaces de entender a la criatura y amarla. Y algo que nos permite apreciar más la cinta es la multidimensionalidad que trae la historia, en mostrar el trasfondo que rompe la perfección del clásico héroe estadounidense que Michael Shannon intenta ser durante la historia y que se va tornando poco a poco en el temible monstruo al que debemos temer. Un monstruo que, pese a verse firme, va mostrando dejos de misoginia y racismo y de desprecio a aquello que considera inferior.

 

El príncipe atrapado en la torre, la guerrera que no sabe como liberarlo.

La película tiene momentos en donde pierde un poco el ritmo y quizá algunos elementos, vistos sin atención, hasta pasen sin pena ni gloria para muchos, pero así como vemos los intentos de Giles para conquistar a un chico o la vida «perfecta» que tiene Strickland como posibles rellenos, también nos ayudan a entender los contrapesos necesarios para que los personajes sean más fáciles de entender y conseguir más empatía ante las razones por las que son odiados o por las que debemos odiarlos.

No obstante, ahí es en donde la dirección hace su trabajo, donde el guion tan sencillo se va convirtiendo en una historia hermosamente narrada, con tonos de terror, con trasfondos políticos e incluso con detalles de espionaje que ayudan a que la cinta tenga sus momentos de acción, de romance, de tristeza y, ¿por qué no?, hasta de musicales.

De ahí debo resaltar que Sally Hawkins da una gran actuación, una de esas que gusta a la Academia, considerando que Elisa es muda y no puede expresar palabras y, aún con eso, logra hacer una excelente interacción con el resto de los personajes, especialmente una química formidable con Richard Jenkins, con quien comparte una de las mejores escenas, actoralmente hablando, de la película, una que sin duda hace valer cada nominación que reciban ambos actores. Jenkins aprovecha muy bien las ventajas y desventajas de su papel para hacer uno de esos amigos entrañables que uno desearía tener al lado, uno que, sin duda, es el que podría completar una coreografía sin temor a equivocarse.

 

La guerra, el odio y la segregación son peores monstruos

Quizá menos fuerza noto en Octavia Spencer quien hace una buena actuación, aunque en un personaje que ya le hemos visto tres o cuatro veces antes. Claro, Zelda si tiene esos aspectos luchones y expresivos con los que Spencer logró la nominación al Oscar en Historias Cruzadas y si puede terminar aburriendo un poco pues su personaje es un tanto similar, pero hay una escena clave donde Spencer logra salir un poco de la caja y resalta a su personaje.

Shannon, un experto en personajes con tono villanesco, hace su personaje un tanto predecible, pero al final realmente lo queremos odiar, aunque eso signifique también odiar los ideales que los estadounidenses tenían en la época de la Guerra Fría y los defectos que esta misma gente tenía durante los problemas raciales de la época, en contraste con Michael Sthulbarg quien hace un personaje misterioso que tiene sus propias intenciones respecto a la criatura y quien curiosamente, nos regala los mejores momentos de misterio que la cámara de Dan Laustsen nos da durante la cinta.

En cuanto a los efectos visuales, es en donde debemos resaltar el trabajo que se hizo con Doug Jones, el maestro del disfraz que ha colaborado en muchas de las producciones de Del Toro, quien, ayudado con algunos efectos prácticos y otros por computadora nos da una criatura que sabe hacernos sentir temor, repudio, pero también aprendemos pronto a sentir cariño. Esto aderezado con buenos efectos de sonido que le dan su propia personalidad.

 

Richard Jenkins nos muestra a uno de esos amigos que siempre desearíamos tener a nuestro lado.

La dirección de arte (escenografía) es algo también que se torna elegante, magnífico, entre el frío ambiente del laboratorio secreto, la calidez de un hogar americano, la soledad de un departamento encima de un cine, que, magnamente, exhibe películas viejas o la formidable escena con la que abre la película que pronto nos sumerge en esta fantasía de 123 minutos. Todo esto aderezado con la banda sonora de Alexandre Desplat, quien logra hacer que su música suene acorde a la época, combinada con algunas canciones populares de la época y una sensación de estar literalmente «como pez en el agua» en muchos momentos de la película. Desplat tiene seguro el Oscar con esta banda sonora.

Si, algunos podrían salir un tanto descontentos  con el resultado de este experimento. Pero quienes supieron interpretar esa fantasía que Del Toro hizo en Titanes del Pacífico al poner a pelear mechas y monstruos gigantes, pronto notarán que Del Toro decide experimentar con su género favorito y darle ese final que ningún productor en los cincuenta hubiera aceptado. No es una cinta para todo público, tiene algunos desnudos, violencia y escenas un tanto explícitas, pero también es difícil para algunos entender esta libre expresión del amor que Del Toro sabe aterrizar muy bien en una cinta que se coloca como una de las mejores de su carrera.

 

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