Corría la década de los setenta, un momento en la época del cine donde varios directores comenzaron a gestar un momento revolucionario, mientras el cine comercial comenzaba a ahogarse entre las cintas de desastres y la música disco, algunos directores pernoctaron por asalto en cintas que nos dejaban sorprendidos al salirse del molde de lo que usualmente veíamos en las historias.

Quizá con la influencia de los spaghetti westerns, poco a poco los antihéroes tomaban control de algunas cintas, ahí estaba Francis Ford Coppola y las cintas de El Padrino, pronto veríamos más cintas de mafiosos, pero entonces tenemos de pronto a Robert De Niro, un actor que iba creciendo en esos momentos tomando su segundo proyecto al lado de Martin Scorcese con quien ya había actuado en Mean Streets, con una cinta llamada Taxi Driver.

Antes de Taxi Driver, De Niro ya había logrado lo que muchos actores desearían: ganar el Óscar con su impecable actuación como el joven Vito Corleone en El Padrino Parte II, de ahí que cualquier proyecto le sentaría bien y De Niro decidió volver con Scorcese en una cinta donde vemos una de las mejores actuaciones de su carrera.

De Niro interpreta a Travis Bickle, un veterano de la guerra de Vietnam que está viviendo con los traumas que el pasado le ha causado. No puede dormir, por lo que decide tomar un trabajo de taxista por las noches, su mente poco a poco va retorciéndose y él, más que buscar ayuda, decide acelerar el proceso, en medio de las pretensiones sobre una chica cuyo jefe, un senador, está buscando la presidencia de los Estados Unidos y la obsesión sobre una niña que ejerce la prostitución prácticamente a la fuerza.

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Uno de sus clientes sube y afirma que va a matar a su esposa y a su amante. Martin Scorcese en uno de los cameos mas siniestros que hayamos visto.

Scorcese sabe relatar bien la historia de Bickle, una persona quien, conforme la cinta avanza, se va volviendo cada vez más peligroso, más intratable, que busca desesperado recuperar su humanidad tratando de ayudar, pero por otro lado su lado psicótico va ganando terreno. En uno de los mejores momentos improvisados en la historia del cine vemos a De Niro confrontarse a sí mismo mientras apunta al espejo con sus pistolas (“¿Me estás hablando?… No hay nadie más… ¿me estás hablando hijo de la ch…?”). Lo interesante es que todo el monólogo de esta escena no estaba ni siquiera planeado (tan solo decía el guión que Travis hablaba al reflejo del espejo).

El viaje de Bickle hacia el caos es impecable y en momentos confuso, para llegar a un clímax que solo un psicópata hubiera soñado, entrar y buscar salvar a la chica de su prisión a punta de balazos, con toda la sangre posible (y con un cambio de tonalidad en los colores de la fotografía para enfatizar la escena) y la violencia suficiente para sacudir al cinéfilo de su lugar, que no estaba realmente acostumbrado a ver una violencia tan cercana, tan personal, que sin duda sería la influencia de directores posteriores, como Quentin Tarantino.

El resto del equipo actoral también luce, Jodie Foster, en su primer papel como Iris, hace una interpretación que nos hace sentir hasta escalofríos al ver con cuánta facilidad ella ya acepta su rol como sexoservidora a pesar de su corta edad mientras viste un traje revelador pero que la mantiene con esa inocencia de una preadolescente. Mientras tanto, Harvey Keitel como su proxeneta Sport hace también un trabajo formidable, haciendo un personaje firme y manipulador, que nos hace desear ver el peor fin para una persona como él.

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Dada su corta edad, a Jodie Foster le contrataron un psicólogo para sobrellevar las escenas más duras que grabó en la película. Aun así comenzó a dar base a la gran carrera que le esperaba por delante.

Al final de todo, vemos a un Martin Scorcese que no se preocupaba del qué dirán, decide mostrar esa expresión violenta que muchos habían reprimido o mandado al cine tipo B, Scorcese hizo pública esa expresión y de ahí supo expandir sus trabajos cinematográficos a proyectos donde mostraría un nivel similar o superior a lo visto en Taxi Driver como Goodfellas o Casino, y después ser un director influyente al que el Óscar se le negó por muchos años (al grado de pensar que su Óscar por The Departed fue más por su trayectoria que por lograr traducir al lenguaje hollywoodense una gran cinta de Hong Kong sin perder el estilo).

De ahí que Taxi Driver siga siendo una de mis cintas favoritas de Scorcese y tenerla otra vez en el cine es una gran oportunidad de apreciar a un Scorcese aún al natural, sin la necesidad de inyectar más que lo necesario para darnos una dosis de psicosis y violencia, mientras proclama una crítica sarcástica y tensa sobre la sociedad insegura y consumista de la época.