No cabe duda que la locura está en la mente de Luc Besson, y después de una biopic un poco desafortunada (La Dama), llega con un género que denota que se siente sumamente como con él; una violencia estilizada enmarcada por el caos surrealista que desprende a marejadas su nueva cinta.

En Lucy, Scarlett Johansson interpreta a una típica chica estadounidense que se encuentra estudiando en Taiwan que es secuestrada y forzada a ser una “mula de drogas” para un gánster asiático (Choi Min-Sik). Pero en el momento que la bolsa de extraños cristales azules que fue introducida en su abdomen se rompe gracias a una tremenda paliza, ella comienza a ampliar su potencial intelectual a un ritmo alarmante. Al inicio ella se comienza a transformar en una especie de Jason Bourne, en busca de venganza, conforme avanza la cinta llega al punto de ser como Neo, un superhéroe cercano a la omnipotencia; su destino, antes de desaparecer, podría ser la trascendencia.

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Sobre el papel, Lucy no es más que una película de acción estándar al estilo de Milla Jovovich, pero Besson la lleva sobre un camino más allá de la dosis recomendada de locura cinematográfica. Las imágenes extravagantes y una edición frenética dan a la audiencia una impresión de surrealismo bizarro; lo que debería ser ridículo, lo convierte en emoción genuina. Él ha logrado mezclar con éxito una película de superhéroes con el género asiático-gángster.

Lucy es un personaje finamente dibujado, simplemente alguien que hace lo necesario  para sobrevivir, pero Johansson transmite vívidamente el terror inicial de sus terribles circunstancias antes de cambiar a la mujer calculadora, casi robótica que se encuentra lejos de los simples mortales.

Todo esto suena genial, sólo que Besson permite la fuga de la diversión de Lucy (al parecer se le escapa de las manos). Las cosas se tornan un poco pesadas cuando Morgan Freeman se muestra como un profesor que explica el «significado» de todo lo que está pasando. Lo que comienza como una increíble patea traseros femenina de fantasía y venganza, termina como un mal viaje de LSD. Claramente el personaje de Freeman es el aguafiestas.

La película se agota en unos ligeros 89 minutos, se siente como que no hay literalmente nada que Lucy y Besson no puedan hacer, no hay límites, no hay leyes, no hay lógica. Solo tienes que entrar con la mente abierta y con un amor por lo bizarro y extraño.