Cierta cadena de cines pone en sus promocionales que hay que premiar al cine mexicano viendo sus películas y obviamente nos muestra cuál va a ser la próxima comedia que va a estrenar, como si el cine mexicano tan solo tuviera comedias, olvidándonos de que tenemos un fuerte potencial para crear buenas cintas de drama y, peor aún, nos estamos olvidando incluso de los documentales. 

De hecho, durante el Festival Internacional de Cine en Guadalajara que se llevó a cabo el año pasado, la gran ganadora de la noche fue un documental, La Libertad del Diablo, una cinta dirigida por Everardo González y que ha dado la vuelta al mundo desde su estreno en diferentes festivales como los de Berlín y Moscú, ganando el Premio Fénix al Mejor Largometraje Documental el año pasado, siendo lo mejor que nos representó en esa competencia iberoamericana de filmes. 

La Libertad del Diablo es un ingenioso filme donde la producción decide recoger todos los testimonios posibles de la violencia que se ha vivido en el país desde hace ya algún tiempo (y que parece continuará igual por mucho tiempo) y para dar una sensación de igualdad se muestran a diferentes personajes en este conflicto con su rostro oculto por una máascara que solo permite verles los ojos, la boca y la nariz. Así un par de narcos, un policíia, un ex-soldado y las víctimas colaterales de este conflicto entre los que se cuentan un hombre levantado por supuestos policiías y los familiares de personas desaparecidas o asesinadas nos cuentan todo sin temor a una represalíia, total, sus rostros están ocultos. 

 

De ahí tenemos la «libertad», esa máscara les da la libertad de decir lo que les pasó y de contar sin tapujos, ni temor las experiencias vividas, desde la sensación de matar a la primera víctima hasta el dolor que causa ver los cuerpos enterrados de hijos de una señora en una tumba clandestina. Esto aderezado con frías y sombrías imágenes de los alrededores de Ciudad Juárez y El Paso, entre el frío, la desesperanza y los crudos montajes de policías o narcotraficantes haciendo sus rondines y sus operativos. Vemos el retrato de la gente que se mueve por la zona, de cóomo viven y conviven, claro, todos envueltos en el anonimato de la máscara del diablo. 

Y el anonimato es el elemento que le da fuerza a esta historia, la película se torna como un foro de internet donde tenemos la opción de dar la cara o mostrar un dibujo, un avatar, para que no sepan quien da los comentarios, pronto sentimos empatía, tristeza, odio o repugnancia ante lo que dice cada una de las personas que participan. Es natural que sientas horror al ver los ojos del narcotraficante que relata un crimen horrendo o sientas que las lágrimas te invaden al oíir el relato de la mujer que presenció el secuestro de su madre. Es observar como la estructura social que se bate en este conflicto se ha podrido y que no se puede confiar en nadie, ni en los criminales, ni en las autoridades y, ni siquiera en las propias víctimas, tan llenas de odios y resentimientos, al grado que solo una persona terminará quitándose la máscara y nos dejará la duda, ¿podría decir todo eso que nos platicó sin la máscara puesta? 

Es una película que, sin agarrar una narrativa definida al inicio, te envuelve rápido en el primer testimonio y pronto empiezas a escuchar ese extraño debate en tu cabeza, con algunas pausas, para reflexionar, para observar, para sentir esa sensación de impotencia ante los testimonios que estamos escuchando. Nada parece indicar que haya una solución, solamente ver con tristeza que en medio de todos estos eventos, finalmente no pasa nada. 

 

De ahí tenemos un excelente trabajo de edición que ayuda a que la narrativa en el documental mantenga esa hilación y que tenga relación que un testimonio se conecte bien con una respuesta de otro testimonio como un segmento donde un delincuente se ofrece a pedir disculpas por sus actos y de pronto se une a las respuestas sinceras de las víctimas de los criminales. 

La música es otro factor, sin tomar muchos extremos sensacionalistas, la banda sonora sabe hacer sentir esa tensión, esa tristeza, esa impotencia que nos debe causar escuchar todo eso. Como si el propio diablo estuviera susurrando a nuestros oídos ese sentimiento de repugnancia y asco que causa el conflicto que ha mermado mucho a nuestro país. 

No, no es una cinta de las que venderá muchos lugares en taquillas, pero si una cinta que debe ayudar a despertar conciencias, seguramente una que no te va a recomendar tu político favorito pero si el activista que llevas dentro. No esperes salir contento del cine, es la triste realidad, la misma que los noticieros te cuentan de pasadita y ya te hizo sentir horror de lo que ocurre, la misma que te mostraba el Blog del Narco pero sin el contenido gráfico. A veces no se necesita ver la imagen para horrorizarnos, solo sentarnos a escuchar las mil palabras que hay detrás de esa imagen. Auún asíi, merece la cinta su reconocimiento, su ingenio en contarnos este conflicto y tratar de que nosostros empaticemos con ello. 

 

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