2014 fue un año en donde el cine mexicano cayó en la desesperación de buscar el nuevo hit taquillero que pudiera dar continuidad a lo que lograron cintas como Nosotros los Nobles y No Se Aceptan Devoluciones, en lugar de buscar la cinta que pudiera consolidar los buenos resultados en festivales internacionales, tales como Club Sándwich o Los Insólitos Peces Gato. Fue un año mediocre en donde pocas cintas llegaron a resaltar o tardaron en hacerlo, tras aparecer en los festivales de cine.

Güeros, la opera prima de Alonso Ruiz Palacios, no tardó tanto en llegar, tras su estreno en el Festival Internacional de Cine en Morelia, y viene a demostrar que no todo del año pasado fue malo. Por el contrario, Güeros dejará satisfecho al cinéfilo exigente y a aquellos que dudan que se pueden hacer buenos proyectos en nuestro país.

Tras una terrible travesura, Tomás (Sebastián Aguirre) es enviado por su madre a la Ciudad de México donde visita a Sombra, su hermano mayor (Tenoch Huerta) quien vive con su amigo Santos (Leonardo Ortizgris) en un departamento sin luz. Los dos amigos son como unos «nini», pues ni estudian, ni trabajan, y están «en la huelga de la huelga». No tienen razón alguna, más que de vivir aburridamente sin hacer nada, pero Tomás carga una cinta con la música de un desconocido rockero mexicano, y cuando se enteran que este músico esta enfermo, y al no tener nada mejor que hacer, deciden lanzarse en su búsqueda.

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La cinta maneja algo interesante, es una road movie (cinta donde un grupo sale de viaje y cuenta las anécdotas de ese viaje) que recorre varias partes de la Ciudad de México y su área metropolitana .Una ciudad tan grande y con tantos lugares y eventos tan diversos que por si sola parece retratar un enorme país, algo reflejado de manera formidable en el guión. Los eventos en el sur de la ciudad, cerca de la U.N.A.M., no son los mismo que en la propia Ciudad Universitaria, entre los huelguistas o en una fiesta en un lugar del Centro de la Capital con hipsters e intelectuales, o corriendo peligro en un barrio bajo de la delegación Álvaro Obregón. Cada lugar tiene sus historias, sus movimientos y pesan en el ritmo de la trama.

Algo interesante es que la producción, completamente en blanco y negro, compensa la falta de color con un uso magistral de las luces, tanto artificiales como ambientales. Esto lleva a reforzar muchas escenas de la cinta, a dar a las escenas nocturnas la sensación de que la noche es muy larga y causa que no nos importe qué hora es; y en el día nos sorprende el uso de la iluminación para intentar reflejar el sentir de los personajes, como el aumento de dichas luces para compartir la sensación de paz que una buena canción puede darle al escucha o alimentar la ansiedad de otras escenas, combinadas con movimientos bruscos de la cámara.

El uso del sonido es otro de esos detalles que le aplaudo a la cinta. La primera escena de la película, como ejemplo, combina el uso desesperado de la cámara, con el sonido de la alarma de un reloj y los gritos y lloriqueos de las personas involucradas en la escena, sin saber lo que les esperaría a unos pasos. Una escena que desconcierta, sorprende, pero sabe llevarnos al preámbulo de lo que vendrá más adelante.

La banda sonora mezcla bien canciones de Agustín Lara, rock de la década de los sesenta y algunas tonadas que relajan algunas escenas, suben la intensidad en otras y, más importante, esa música que no escuchamos, pero que el director sabe retratar muy bien cuando los personajes la escuchan… un acto de mímica que hace a la perfección.

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¿Para qué vamos a salir si al rato vamos a regresar?

Es también notoria la actuación de Tenoch Huerta (Atrapen al Gringo) que sabe manejar bien la gama de actitudes que tiene su personaje, un estudiante con problemas mentales y amorosos, que luce antipático a la idea de cuidar de su hermano, pero que en el fondo tiene mucho que ofrecerle. Incluso, tiene un diálogo hilarante que parece salirse de la cinta y criticarla, mejor aún, critica a todo el cine nacional. Es una escena que no deben perderse.

Del resto del cuerpo actoral, Ilse Salas (Cantinflas) parece hacer un papel corto, pero su intervención es predominante en la trama. No solo demuestra ser el interés amoroso del personaje principal, sino la voz guía en buena parte de la cinta, presencia que viene de menos a más. Finalmente se ve en Sebastián Aguirre a una joven promesa que destaca cuando se le da la oportunidad y, seguro le espera una gran carrera actoral.

Güeros ganó reconocimientos en la pasada Berlinale, y no dudo que vaya a recibir varias nominaciones en la próxima entrega de los Premios Ariel. Es una cinta que reivindica al cine mexicano, tras un año poco creativo, y para los capitalinos, es una carta de amor a la Ciudad de los Palacios. Si se generaran 10 cintas al año como ésta, más gente apreciaría nuestro cine.

No estará mucho tiempo en los cines, así que no se pierdan esta cinta hermosamente chilanga.

Calificación: 9