Continuando con el ciclo de distopías a las que últimamente pareciera que nos está sometiendo la industria cinematográfica, llega a las carteleras nacionales la adaptación de The Giver -El Dador- de la novelista Lois Lowry, el cual forma parte de un cuarteto conformado por Gathering Blue, Messenger, Son y el ya mencionado. Esta película fue titulada El dador de recuerdos en nuestro país y se encuentra actualmente en exhibición. Fue dirigida por Phillip Noyce y contó entre su reparto con dos grandes figuras del cine: Jeff Bridges, como El Dador, y Meryl Streep, como la representante de los sabios.

El Dador de Recuerdos nos cuenta la historia de un mundo gris en el que todos parecen ser felices, donde no existen diferencias ni posibles causas de discordia. Se trata de una sociedad controlada casi a la perfección, en donde a cada ser humano se le designa una profesión que deberá cumplir en la comunidad por medio un grupo de personas sabias tomando en cuenta sus aptitudes y cualidades. En este mundo, al parecer utópico, se han confinado al olvido las emociones e incluso los colores.

Jonas (Brenton Thwaites), de manera contraria a lo que él mismo esperaba, es elegido para convertirse en El Receptor, una profesión especial y reservada para uno en particular. Es entrenado por El Dador (Jeff Bridges), quien le ofrece todas las memorias del pasado que los han llevado ha conformar esa sociedad. Sin embargo, con el nuevo conocimiento también vienen nuevas sensaciones. El Receptor tiene permitido todo aquello que está prohibido para el resto: el color, la alegría y el amor, así como todas las duras verdades que conforman nuestra realidad, como el dolor, la angustia y la guerra. Se da cuenta que la forma de vida de las comunidades, aún pareciendo perfecta, es más bien una distopía enmascarada.  Las memorias que le trasmite El Dador hablan de un mundo diferente, completo, más allá de los límites de la memoria. Jonas decide lo impensable en un ambiente así: cruzar el límite.

Para juzgar adecuadamente esta cinta debemos tener claros tanto el ambiente que se propone como los papeles que adoptan los personajes. Por una parte, tenemos a una sociedad cerrada, estrictamente controlada, en la que se han vedado todas las posibles diferencias por un consejo de sabios; por el otro, tenemos tanto a El Dador como a El Receptor, quienes poseen los conocimientos y las sensaciones que les han sido prohibidos al resto. La balanza sólo podría verse equilibrada si ambos extremos están dispuestos a perpetuar el sistema, es decir, a mantener el engaño.

Es como el caso de la alegoría de la caverna de Platón. Un personaje se entera de la realidad después de haber permanecido toda su vida engañado. Después de asumirse a sí mismo, de saberse diferente al resto, y desea compartirlo, aunque ello constituya una violación. Es aquí donde entra Fiona (Odeya Rush), quien acepta la invitación de Jonas a romper las reglas como un voto de confianza a su eterna amistad. Naturalmente, ella no sabe cómo interpretar todas esas nuevas sensaciones, pero llega un momento en el que se inmiscuye tanto que el sistema la identifica como una amenaza. En el caso de la alegoría, las personas que aún quedan dentro de la caverna se resisten a saber la verdad. Es decir, ven al protagonista como a un enemigo, muy a pesar de que sepamos que la razón subyace en quien ha experimentado la realidad. Es así como, en una sociedad cerrada, el único juicio válido es el oficial.

El Dador de Recuerdos inicia como una utopía, un mundo ideal, pero poco a poco se va mostrando a sí misma como una distopía, en donde el ser humano ha sido sometido a una felicidad artificial, basada en la ignorancia, y sólo unas cuantas personas saben la verdad. Jonas actúa como el gatillo flojo de una pistola que está sólo a punto de disparar. Y Fiona no será la única persona a la que inmiscuya en la violación de las reglas.

Comparandola con películas anteriores de una temática semejante, como 1984 -adaptación de la novela de George Orwell, dirigida por Michael Radford y protagonizada por el emblemático actor John Hurt-, se encuentra por debajo de mis expectativas. Pienso que el tipo de distopía planteada en esta entrega jugó en contra de los actores. El recato, la falta de expresividad, le dan una atmósfera algo sosa. Y, sin embargo, también considero que Brenton Thwaites pudo habernos ofrecido más con su personaje; el impacto que representa conocer por primera vez algo tan fuerte como el dolor de perder a un compañero en una guerra -no por lo que se ve en las memorias, sino por lo que inmediatamente debería sentir el protagonista- desde mi muy personal punto de vista no se logró. La reacción es probablemente tan artificial como el mismo mundo en el que vive el protagonista, y si lo que nos quieren vender es el renacimiento de un ser humano en toda su plenitud y complejidad, sin duda, no se obtuvo. Y lo mismo pasa en el caso de Odeya Rush, aunque su papel funge únicamente como apoyo, y por ello pueda perdonarse. Meryl Streep y Jeff Bridges llenan adecuadamente sus papeles, sin destacarse particularmente.

Concluyendo, creo que El Dador de Recuerdos es una película palomera, pero que vale la pena ver en el cine en un fin de semana. No hay que esperar mucho de ella. Cumple al ser entretenida, al abarcar dentro de su temática a uno de los grandes dilemas filosóficos, invitando indudablemente a la reflexión. ¿Qué tanto de ese mundo perfecto se nos está imponiendo en la actualidad, cuando en éste subyace un sistema corrupto que la gente simplemente no quiere ver cuando alguien, como Jonas, intenta abrirles los ojos? Le doy un 6.5.