Si hay una forma de describir a Dos días, una noche con unas pocas palabras, esa es «una montaña rusa de emociones». Comenzaré por asumir unos cuantos supuestos…

Me atrevo a afirmar, primero que nada, que no hay nadie mejor en todo el equipo de Cine+ que conozca tan bien como yo lo que provoca la depresión mayor. Podría equivocarme, pero mi espíritu agridulce me dice que estoy en lo correcto. Lo que he comentado se debe a que la he padecido desde hace por lo menos diez años. Igual esto puede sonar poco para quien no la experimentado y, por ende, no la entiende; pero es una eternidad -créanme- para quienes la sufrimos.

Todos los días se lucha en contra de la apatía, de la tristeza, del desconcierto, de los sinsabores de la vida que son magnificados a la enésima potencia por una percepción equivocada de la realidad, de nuestras relaciones y de lo que creemos ver en los demás. Gobierna la baja autoestima, el cansancio y, en casos extremos, el deseo de muerte. No son extrañas las tentativas de suicidio. Y todo lo ya mencionado, nos lo recuerda la espléndida interpretación de Marion Cotillard en esta película dirigida y escrita por los hermanos Dardenne. Pero pasemos al meollo del asunto…

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En la ciudad industrializada de Seraing, en Bélgica, Sandra (Marion Cotillard) trabaja en una pequeña fábrica de paneles solares. Su empleo y el de su esposo, Manu (Fabrizio Rongione) les aportan el dinero suficiente para comenzar a hacerse de un patrimonio para su familia, pero esa supuesta estabilidad comienza a tambalearse cuando ella sufre una crisis y se ve obligada a tomar un tiempo libre de su trabajo por incapacidad. Durante su ausencia, la administración propone un bono de mil euros a cada empleado si están de acuerdo en hacer del puesto de Sandra redundante al cubrir sus turnos de trabajo con horas ligeramente más largas. Cuando vuelve, Sandra descubre el plan de la administración y se da cuenta que su destino laboral está en manos de sus compañeros de trabajo. Durante estos dos días y una noche -el fin de semana- tendrá que visitar a cada uno de ellos para tratar de persuadirlos.

Imaginen a una mujer que comienza a recuperarse de una crisis depresiva, un evento catastrófico que la deja sin energías, con deseos de dormir todo el día y sin ganas de vivir. Con la medicación adecuada, se puede salir de ellas, pero todo toma su tiempo. Alterar la química del cerebro no es algo que se haga mágicamente. Ahí es donde entran los antidepresivos, que normalizan en las dosis adecuadas la trasmisión de las endorfinas, esas simpáticas hormonas que nos hacen sentir felices. Ahora, imaginen a esa misma mujer que logra incorporarse y desea volver al trabajo porque sabe el gran esfuerzo que hace su marido cuando ella se enferma, y que le llamen para decirle que planean quitarle su empleo, y que el dueño de la fábrica decide ponerlo a votación. Por supuesto, un buen grupo de compañeros no dejaría que nos quitaran el trabajo, pero si de por medio hay una compensación para cada uno de ellos, ¿cuántos nos volverían la espalda y cuántos nos apoyarían para volver al trabajo?

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De cualquier forma, Dos días, una noche no va acerca de lo superficial de este problema, sino de las emociones que sufre el personaje y cómo su tenacidad, en parte debida al apoyo del marido, logra dar una batalla bastante decente en contra de unos trabajadores que no ven razón alguna para aliarse a su causa, ya sea porque el bono les viene muy bien como dinero extra o puede estarlos salvando de un embrollo, mientras que otros se sienten un tanto indignados por haber siquiera pensado en darle la espalda. Dos días, una noche es sobre las emociones de la protagonista, que en este trance entre aceptación y rechazo, experimenta lo más profundo de la depresión mezclada con un dejo de esperanza que asoma tímidamente y que logra sacarla adelante.

Desde mi punto de vista, las interpretaciones de todos los personajes son verosímiles, pero es solo el caso de Sandra que captura mi atención al ver una especie de reflejo transgénero de mi propia experiencia en la depresión. Y es que lo ha hecho tan bien, que no he podido evitar el derramar algunas lágrimas, pues su pena se siente real, aunque sabemos perfectamente que lo que estamos viendo es actuado. Y ahí está justamente la magia de la interpretación que nos ha ofrecido Marion Cotillard, que encarna a una mujer que parece estarse resquebrajando, pero que a momentos se obstina por la insistencia de su marido, aunque finalmente saca fuerzas de sí misma una vez que ha tocado el fondo. Sin duda alguna, la nominación al Óscar estuvo plenamente justificada.

Dicho todo lo anterior, cabe mencionar que Dos días, una noche puede no ser una película del interés de todo mundo, y es bastante dura para quienes se puedan sentir identificados. Pero si vas a verla, créeme que vas a encontrarla incluso aleccionadora. Pues, si ella pudo hacerlo con un poco de ayuda, todos podemos. Le doy un 8.