Solamente a alguien con una mirada simplona se le pudo ocurrir el nombre que le dieron en México a la última película de Paul Haggis, Third Person, que si hubiera sido correctamente traducido, En Tercera Persona, habría respetado por completo a los espectadores y a la trama de la misma. Pero no, a alguien en nuestro país, que seguramente no tiene los conocimientos y la experiencia literaria necesarias para comprender la exquisita naturaleza de esta obra, le sonó muy chévere llamarla Amores Infieles, título perfecto para una telenovela del «canal de las estrellas».

Digo esto pues en verdad me sorprende que el o los publicistas encargados de comercializar la última película de Haggis, en la que actúa Liam Neeson, hayan sido tan superficiales al escoger ese nombre alternativo. Y es que, como en cualquier novela que se digne de llamarse buena, la historia de esta película inicia simple y la trama se va entretejiendo, comenzando con un conflicto. Y el de este personaje es escribir un libro. Pero la forma en que lo escribe y se va contando esta historia a sí mismo, debe convencerlo o simplemente el libro no será bueno. Luego entonces, la primera gran responsabilidad de un escritor es sentir. Que sirva este párrafo, pues, como introducción y defensa a una de las películas del año 2013 que nos vinieron a entregar hasta estas fechas, sepan ustedes por qué extrañas estrategias de marketing.

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Amores Infieles es una cinta que desarrolla tres historias separadas geográficamente y que, al principio, parecieran no tener mucha relación entre sí. Primero que nada tenemos a Michael (Liam Neeson), un escritor que se ha mudado a Francia, quien vive separado de su esposa y que parece tener un idilio amoroso con Julia (Claudia Wilde), una amante incapaz de comprometerse con él debido a algún inconfesable secreto. La segunda historia tiene lugar en Nueva York, en donde una mujer que fue actriz de telenovelas y que difícilmente puede conservar un trabajo, pelea con su ex-pareja por la custodia legal de su hijo. La tercera historia se desarrolla en Italia, en donde un norteamericano se relaciona con una gitana que conoce en un bar, y es tal su interés por ella que hará todo lo posible por asegurarse de volver a verla.

Creo que la gran cantidad de críticas negativas que he leído de esta película en varios sitios, están absolutamente infundadas. Estoy seguro que quienes la han juzgado como incompleta, inconexa y sin sentido, pertenecen al mismo tipo de público que no está acostumbrado a leer o que lee únicamente novelas de tercera, de esas que se reseñan en Selecciones del Reader’s Digest, para personas que no son capaces entender las tramas no lineales. No pretendo ofender a nadie con mi opinión, pero es la sensación que me deja, después de haber sido testigo de una historia interesante, con una vuelta de tuerca que sorprende y que ata todos los cabos sueltos de una forma por demás dramática. Para que se entienda mi punto de vista, lamentablemente tendré que entrar en materia, por lo que desde este punto -si pretendes verla- será mejor que pares de leer o te saltes al penúltimo párrafo.

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En Amores Infieles solamente hay un puñado de personajes «reales»: Michael, su amante y su esposa. Todos los demás, son personajes creados o revividos por Michael. Desde la escena de apertura hasta la escena final, todo ocurre en la cabeza del autor, mientras se encuentra en el hotel, escribiendo su novela. La trama planta minas dentro de un nudo que parece no serlo. Por eso es que desde el principio nos cuesta comprender que es lo que ocurre pero, si somos observadores, nos daremos cuenta.

Existen escenas donde vemos a los personajes de estas historias compartir un mismo espacio, como la mucama neoyorquina (Mila Kunis) en el hotel de Francia, tomando un recado en la habitación de Michael o recibiendo un «bonjour» de una Julia que recién había recibido el extravagante obsequio floral de su amante. O este mismo personaje, quien dirigiéndose en taxi a la cita que tiene con su abogada, pasa a un lado del Bar Americano, que se supone que está situado en Italia. Pero esta no es la pista inicial que nos demuestra que nada ha ocurrido en la realidad, sino que son recuerdos del escritor que intenta aliviar su culpa, o historias inventadas que muestran una parte de lo realmente ocurrido. Es el susurro que escuchamos al inicio, cuando Michael se encuentra frente a la computadora y gira la cabeza, el que le da completo sentido a la historia y que nos hace caer de golpe, atar todos los hilos sueltos. Pero, como no quiero arruinarles la película, me voy a limitar a dar mi opinión sobre la historia y la actuación, en los próximos párrafos.

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Como ya he dicho, no es una película para todo público. El guión requiere atención, que el público se comprometa con la historia mientras la esté observando. El espectador debe involucrarse desde el primer momento o no entenderá que es lo que pasa, y en ese sentido, se trata de una obra que tiene peso. Su valor se encuentra en los puntos de giro y en las interacciones, en distinguir lo real de lo ficticio, y en no dejar ir los hilos suelto. Ni uno solo, todos importan. Su estilo narrativo no innova, pero se agradece después de ver tantas y tantas historias lineales a lo largo del año.

En cuanto al desempeño de los actores, me sorprendió el trabajo realizado por Moran Atias, que interpreta a Monika -la gitana-, así como el buen papel de Adrien Brody como Scott, el norteamericano que se enamora de ella. En cuanto a Olivia Wilde, me pareció que aunque su historia fue la más floja de todas, tuvo un buen desempeño al mostrarnos la desesperación de una madre con problemas de atención al tener que atestiguar cómo le arrebatan a su hijo. Y la gran historia central, que es en parte la que carga con mayor verdad, nos deja ver las dotes actorales de Liam Neeson y Mila Kunis, que en pantalla hacen muy bonita pareja. Ella nos deja ver un desnudo completo en una escena picante y muy divertida. Por supuesto, también toca mencionar a Kim Basinger, quien aunque tiene un papel distante y pequeño, es ultra necesario para que todos los hilos sueltos queden atados en un gran final. Si hubiera que darle una calificación, le daría un ocho.