Al día de hoy hemos visto ya muchos documentales y ficciones sobre las aberraciones que cometieron los nazis en contra del pueblo judío, y cómo la historia, muy lentamente, ha intentado obtener la información completa, algo que parece imposible de lograr. Por supuesto, se tienen cifras estimativas de todo el daño que ocasionaron, como es el hecho de que más de 100 mil obras de arte que pertenecían a colecciones privadas, simplemente desaparecieron o se encuentran en manos de otros coleccionistas privados que nunca cederían a regresarlas a sus legítimos dueños. De algo así va La Dama de Oro, la última cinta del director Simon Curtis. Acompáñame en esta reseña para saber por qué es la cinta que no deberás perderte esta semana.

Henry Goodman, personificando a Ferdinand Bloch-Bahuer, hace un buen trabajo durante las breves escenas en que comparte cuadro con Tatiana Maslany, que interpreta a la joven Maria Altmann.

Esta cinta trata del Retrato de Adele Bloch-Bauer I, luego nombrada La dama de oro para esconder el origen étnico-religioso de la mujer que había retratado Gustav Klimt, pintor austriaco de gran renombre a finales del siglo XIX y principios del XX, y uno de los principales representantes del movimiento modernista de la secesión vienesa. Pero no nos habla de cómo se hizo la pintura, aunque a la entrada de la cinta nos deja ver algún detalle, no especialmente significativo.

No, no es una cinta sobre arte, sino de cómo -luego de la muerte de su hermana- Maria Altmann, interpretada por Helen Mirren (mayor) / Tatiana Maslany (joven) / Nellie Schilling (niña), hizo todo lo posible por recuperar las obras de arte que le fueron arrebatas a su familia durante el despojo de los nazis en la ciudad de Viena. Cinco de ellas terminaron en el Palacio Belvedere, y durante mucho tiempo fueron consideradas patrimonio de los austriacos. Para ello contará con la ayuda de Randy Schoenberg (Ryan Reynolds), un joven abogado y amigo de la familia, que recientemente obtuvo un empleo en una importante firma jurídica, y que tendrá que tomar algunas decisiones con respecto a este caso.

Fritz (Max Irons) y Maria Altmann (Tatiana Maslany) logran escapar de los nazis y hacerse camino a los Estados Unidos.

En La Dama de Oro, los flashbacks se introducen generosamente para darnos toda la información previa que necesitamos para comprender lo sucedido en la trama principal. Para el neófito, son esenciales, mientras que para quien conozca esta historia -basada en acontecimientos reales- ilustrará con recreaciones bellamente elaboradas, las escenas de la vida de Maria desde su infancia, al lado de su tía Adele (Antje Traue), hasta el momento en que debe abandonar a sus padres para salvar su vida y la de su esposo, Fritz (Max Irons). Sin embargo, estas no son tan largas o poco interesantes como para alejarnos del tema principal, que es precisamente el proceso por el que debió pasar para recuperar su patrimonio.

Desde el punto de vista actoral, todos nos ofrecen un buen desempeño, algunos con más carrera que otros, pero todos haciendo un buen trabajo para que el guión sacara sus mejores partes a la pantalla. El guión deja que desear, empero, porque no es lo acertado que debería haber sido. Si a algo recurren constantemente, es a la introducción de elementos ajenos a la historia real ya la distorsión de los acontecimientos, que han sido muy bien documentados a través de entrevistas que ofreció la verdadera Maria Altmann antes de su fallecimiento. Un ejemplo es la aparente duración del caso, que en la realidad tomó más de ocho años, mientras que en esta cinta se reduce a máximo tres. Otro ejemplo un poco más claro del tipo de libertades que se tomaron, fue la fabricación de una huida, en apariencia bastante peligrosa, que no tuvo lugar. Y se entiende perfectamente por qué lo han hecho: las historias repletas de escenas bajas no venden ni mantienen interesado al público.

Ryan Reynolds hace un trabajo bueno, sin llegar a ser muy destacable, al personificar a Randol Schoenberg, mientras que Helen Mirren, que interpreta a una Maria Altmann apartentemente más joven que la real, nos ofrece una clase de dramaturgia de lo más deliciosa.

Concluyendo, a pesar de las diferencias entre los acontecimientos reales y la ficción, que se dieron la libertad de incluir generosamente en la cinta, no pierde su objetivo: hacernos conscientes de que varias galerías de arte y coleccionistas privados alrededor del mundo, poseen obras de forma ilegítima y con una trasfondo absolutamente reprobable. No importa si estas obras se han convertido en símbolos de un pueblo o de una nación con el paso de las décadas. Lo que importa es la forma en que se obtuvieron, y si hay algo que deba restaurarse, es el espíritu del pueblo judío. Que nunca más un hombre deshumanice a otro hombre. A esta cinta le doy un ocho. Vale la pena verla en cine y, posteriormente, tenerla en tu colección privada.