Es raro que lleguen estas cintas a cines nacionales, y es un deleite que la Muestra Internacional de Cine haya celebrado ya su 59a edición. Carneros es una cinta de origen islandés, mostrada por vez primera en el Festival de Cannes, siendo la parte de selección oficial «Un Certain Regard» (una mirada veraz). Llega a nosotros con casi once meses de retraso después de haber sido exhibida en su país de origen. Grímur Hákonarson, su director y guionista, nos regala además la bellísima fotografía de Sturla Brandth Grøvlen (Victoria, una de sus obras más hermosas por la que es comparado con Emmanuel Lubezki), y un envidiable reparto compuesto por Sigurður Sigurjónsson, Theodór Júlíusson, Charlotte Bøving, Jon Benonysson, Gunnar Jónsson, entre otros.

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En Carneros vemos a dos hermanos, Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y Kiddi (Theodór Júlíusson), que no se dirigen la palabra desde hace 40 años, aún cuando viven a unos cuantos metros de distancia. A tal grado es su distanciamiento que, si necesitan comunicarse, se envían mensajes escritos por medio de un perro. Ambos crían carneros y compiten por ser el mejor, y ante lo que parecía ser un acción suscitada por la envidia, ya que Kiddi había ganado la competencia anual, Gummi se percata que el carnero ganador tiene todos los signos de una mortal enfermedad conocida como la tembladera. Lamentablemente, debe comunicarlo a un especialista, quien después de la revisión le da mala nueva a todos los criadores del valle. Y es que, un solo caso de esta enfermedad requerirá el sacrificio de todos los carneros que se encuentran en el valle. La pérdida es enorme para Kiddi, pero también lo es para Gummi y todos los demás. Sin embargo, a pesar del distanciamiento, pronto volverán a unirse para tratar de salvar a aquellos que tanto aman: sus carneros.

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Carneros se trata de una country movie, en donde vemos la desgracia en la que ha caído toda una región. Lleva un ritmo lento, como la vida misma. Sin prisas pero sin pausas, como diría Joan Manuel Serrat. Atestiguamos el dolor por el que deben de pasar los hermanos, incluso vemos sus desplantes de ira, una vez trasformada en un disparo, otra, en una borrachera. Nos damos cuenta quien de ellos es el más centrado, y sin embargo, también atestiguamos su locura última, contagiando a su hermano quien está dispuesto a todo para salvar a los pocos carneros que aún quedan vivos.

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La actuación es convincente, al grado que creemos ver un documental grabado en secreto, porque estas cosas pueden suceder y han sucedido. Perder una bestia de la cual te has encariñado, ya es de por sí doloroso. Ahora imaginen que una docena de criadores debe sacrificar cada cual a cientos de carneros. Y ese dolor se refleja en la pantalla y nos empatizar con Gummi, el personaje principal y desde cuya perspectiva veremos la mayor parte de esta cinta.

También podemos hablar de la bella musicalización de Atli Örvarsson, que llega justo en las escenas en que se necesita para acentuar el impacto que las imagen deben proyectar en el espectador. Pero es Sturla Brandth Grøvlen quien roba la pantalla con las excelentes tomas fotográficas, que nos muestran esas praderas islandesas antes, después y durante la nevada. Pero es la escena última la que sin duda nos robará el corazón y nos hará comprender que a veces esos odios tan profundos se pueden resquebrajar cuando llegamos al límite y debemos darlo todo para no perder lo poco que nos queda

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