Louis Creed (Jason Clarke) y su familia se acaban de mudar de Boston a un pequeño pueblo. Todo parece marchar bien, han cambiado el ajetreo de la ciudad por la calma del campo, el patio trasero de su casa es un enorme bosque y tienen por vecino a Jud (John Lithgow) un solitario anciano más que dispuesto a mostrarles los alrededores. Poco tiempo después Louis y Ellie (Jeté Laurence), su hija de 9 años, descubren un misterioso cementerio de mascotas de donde los enterrados vuelven a la vida, pero cambiados para mal. A partir de ese momento una serie de trágicos eventos aquejarán a los Creed amenazando la vida de cada uno de los integrantes.

Esta historia basada en el libro homónimo de Stephen King ya había sido llevada al cine en 1989 con un relativo éxito, provocando incluso una secuela en 1992. Para aquellos familiarizados con la película original, cuyo guion fue adaptado por el propio King, descubrirán que algunos de los hechos han sido cambiados, pero el tratamiento es prácticamente idéntico, con más presupuesto y con escenas de violencia menos explícitas en este remake dirigido por Kevin Kölsch y Dennis Widmyer.

Cementerio Maldito de 2019 cuenta con un acto y medio que arranca muy lento y que sin dudas pudo haberse omitido, la creación de la tensión y su posterior resolución nos deja con una insatisfacción tras otra, se van presentando complicaciones para los protagonistas que se van resolviendo de formas muy simples y lejos de plantear el tema de la película se sienten más como una falta de ritmo narrativo.

Durante gran parte de la historia el objetivo central está bastante diluido y se pierde en presentar algunas subtramas que no terminan de afianzarse y que desesperadamente se tratan de explotar para el final de la película. Tal es el caso de la problemática de Jud y su pasado, las creencias de Louis sobre la vida y muerte e incluso hasta la mitología al rededor del bosque y la maldad de su tierra.

Afortunadamente las acciones comienzan a tomar agilidad hacia la mitad de la película, el acecho del mal y la sucesión de los eventos trágicos empiezan a dar forma a la historia y alcanzamos a notar algunos atisbos de un horror efectista, pero bien logrado al mismo tiempo que los escenarios comienzan a llenarse de espacios tétricos y con alta producción, y comenzamos a presenciar el descenso del padre por tratar de reestablecer el equilibrio en su familia sin pensar en las consecuencias.

Por otra parte la historia alterna de Rachel Creed, la madre, interpretada por Amy Seimetz, es una de las mejores partes de la película, debido a la buena interpretación de la actriz y a una trama que le da profundidad psicológica al personaje. También la pequeña Jeté Laurence logra una actuación convincente, siendo los mejores integrantes de este reparto.

El esfuerzo por separarse del material original provoca resultados poco favorables en la película, es difícil conectar con la historia y con unos personajes grises y hasta cierto punto planos, algo fundamental en el cine de terror, ya que hasta cierto punto nos volvemos indiferentes a su sufrimiento.

A favor de esta versión del clásico literario de King y la película casi de culto del 89, podemos decir que cuenta con muy pocos “jumps scares” y construye su terror a partir de la exploración del mal y el contacto directo con el mismo. Quizás uno de los mayores aciertos de la película es abordar, aunque sea por encima, el tema central de la historia, que a final de cuentas es enfrentar la muerte de nuestros seres queridos y qué sucede cuando no aceptamos su partida.