Hablar de Luces de la Ciudad, es hablar de una de las mejores películas que se hayan filmado en la historia del cine, siendo posiblemente la más representativa del cine mudo y de las obras del genial Charles Chaplin. Fue escrita, dirigida e interpretada por él, allá por 1931, y coestelarizada por Virginia Cherrill. Cabe mencionar que esta película se filmó durante la Gran Depresión, época en la que se necesitaban obras que comunicaran al público la necesidad de ser solidarios para que Estados Unidos saliera adelante.

En esta historia vemos al vagabundo Charlot, personaje característico de todas sus obras mudas, enamorándose de una florista ciega que conoce en la calle. Tiempo después, evitará que un catrín cometa suicidio, quien le hará sendas promesas de amistad infinita para finalmente llevarlo a su mansión, y embarcarse con él, después de que Charlot le salva por segunda vez, en una parranda nocturna. Aprovechando la confusión de la florista, quien le cree un hombre pudiente, y de la riqueza de su nueva amistad, decide perpetuar el engaño para permanecer cerca de ella, lo que le traerá varios problemas a lo largo de esta historia, pues cuando el rico se encuentra sobrio, no lo recuerda. Empero, permanece fiel a sus intenciones de ayudar a la chica debido al secreto amor que le profesa. Es así como vemos al vagabundo metiéndose en varios dilemas. Desde trabajar recogiendo estiércol en las calles, hasta competir en una pelea de box contra un personaje que le duplica en peso y fuerza.

Al final, tras vencer todas las vicisitudes que se le presentan, logra obtener una gran cantidad de dinero de su borracho amigo. Lamentablemente, su sobriedad vuelve a traicionarlo, y termina fugándose de los largos brazos de la justicia sólo para entregar el obsequio que recibió a su querida florista, de quien se despide diciendo que se alejará por una larga temporada. Y así sucede: Charlot es aprehendido y llevado a la cárcel, donde purgará una larga condena.

Sin embargo, la historia no tiene un final triste. El vagabundo es liberado, y por azares del destino, vuelve a estar frente a su amada. Ella, curada de su ceguera, no le reconoce. Como al principio de la historia, le ofrece una flor, y además, algo de dinero. Él intenta evitarlo pero ella insiste, y el tacto de sus manos es lo que le hace reconocer a su benefector. El final se deja a la imaginación del público.

En Luces de la Ciudad, Charles Chaplin ejecuta magistralmente una crítica a los burgueses de su tiempo, representados por el rico que sólo es capaz de ejercer la caridad y la amistad estando ebrio, él que una vez que regresa a la sobriedad, olvida su relación con el desvalido. A la vez, manifiesta que los únicos seres capaces de ejercer el altruismo, son aquellos que han padecido las mismas faltas de las que adolecen los desprotegidos. Creo que para nadie es desconocida la filiación política del actor, muy allegado a las causas sociales, y que finalmente lo llevó al exilio tras recibir numerosas acusaciones de ser comunista y traidor a los EEUU (a raíz del lanzamiento de su aclamada película El Gran Dictador).

Curiosamente, aunque esta película ha servido como inspiración para muchas obras -algunos de los cuales crearon variantes y otros, verdaderos plagios-, utilizaba una banda sonora en la que incluía el tema musical La Violetera de José Padilla sin haber hecho referencia alguna a la autoría en los créditos. El compositor demando a Charles Chaplin en París, pelea legal que ganó sin ningún problema debido a su fama internacional.

Por todo lo dicho, pareciera que estamos hablando de un melodrama, pero no. Chaplin sabía inyectar escenas cómicas dentro de un guión aparentemente serio, como el sketch de entrada en el que se hallaba dormido en un monumento, o el acto inmediato del maniquí desnudo y el elevador de piso. Estoy seguro que no hay quien no rompa en carcajadas al verlo comer espaguetis y serpentinas, o aquella pelea de box, que más que un encuentro pugilístico es un hilarante baile coordinado.

Concluyendo, a pesar de ser un largometraje algo tedioso para nuestros tiempos, Luces de la Ciudad nos demuestra toda la genialidad de la que era capaz Chaplin. Incluso el hecho de soportar a una actriz tan mediocre como Virginia Cherrill, quien después de ese papel no tuvo ninguna participación destacada en otra película. Se cuenta que estuvo a punto de despedirla, pero el presupuesto no se lo permitía, así que tuvo que llegar a un acuerdo económico después de algunas discusiones para terminar la película. Si hubiera que calificarla, le daría un 9.5, y sin duda te aconsejaría que corras a verla a YouTube si aún no la has visto.