¿Pueden dos buenos actores interpretar a dos personajes antagonistas, que se supone que son protagónicos y amigos de toda una vida? Supongo que sí, y el resultado, bajo reserva, normalmente suele ser malo. Pero no se queden aquí, los invito a leer esta reseña y así saber si, en la opinión de su servidor, vale la pena la vuelta al cine para ver Agentes del Desorden.

Dos viejos amigos, Justin (Damon Wayans Jr.), un rechazado diseñador de videojuegos, y Ryan (Jake Johnson), un desempleado que fue mariscal de campo en la Universidad, recuerdan que una vez -hacia mucho tiempo- hicieron un pacto: si no lograban tener éxito en Los Angeles al momento en que cumplieran los treinta años de edad, regresarían a Columbus, Ohio, su ciudad natal. Al salir de un bar, su coche es golpeado por un vehículo lleno de albaneses, que logran intimidarlos para no hacer nada al respecto.

Justin intentaba lanzar un juego de policías titulado Patrolman, pero su jefe se lo impide. Más tarde, Ryan lo convence a usar los uniformes de la policía de su presentación como disfraces para su fiesta de reunión universitaria. Al asistir, ambos se enfrentan con sus fracasos y aceptan mutuamente honrar su pacto. Pero mientras caminan a casa, comienzan a ser tratados como verdaderos policías y disfrutan de ello. Justin finalmente consigue la atención de Josie (Nina Dobrev), una camarera por la que se siente atraído, que trabaja en el restaurante local Georgie’s. Y es aquí donde todo se complica…

Primero que nada, no me queda duda que Agentes del Desorden podría haberse presentado como un exitoso sketch de Saturday Night Live. Hay que darle ese crédito. Existen algunas escenas muy puntuales que me han sacado una carcajada, como el caso de Justin, enfrentando al sudoroso gigante en pelotas de la tienda de abarrotes. Pero en el formato presentado, como largometraje, debo decir que no me ha enganchado. Y no es que la cinta no sea cómica en sí, sino que las escenas que nos sacan una sonrisa, están muy distanciadas una de la otra.

Pero eso no es lo peor de todo: es que simplemente no se siente que haya química entre los personajes que interpretan Wayans y Johnson. No les compras esa supuesta amistad de años, en la que necesariamente deberían haber surgido una serie de complicidades al más claro estilo de El mundo según Wayne o La magnífica aventura de Bill y Ted, pues lo primero que observamos es un gran contraste entre la personalidad soñadora pero realista y un poco timorata de Justin, y la irreal e irresponsable de Ryan. Si estas tensiones, que son perfectas para escenas cortas las prolongamos por más de 90 minutos, entonces tenemos una película aburrida y poco creíble, que va del género cómico al drama sin ningún control específico. Pero no creo que esto sea responsabilidad de los actores, a los que sentí metidos en sus papeles, por menos adecuados que estos fueran para asegurar el triunfo en taquilla.

De esta película me quedo con la buena interpretación de James D’Arcy, como Mossi, el jefe de los albaneses. Más allá de esto, todas las interpretaciones son dignas de ser enviadas directamente al Oblivion, no por lo mal realizadas, sino porque no tienen coherencia, y porque en conjunto, carecen de relevancia. El guión y la dirección, de Luke Greenfield, son realmente espantosos. La simple concepción de un largometraje tan inconsistente, ya es de por sí un pecado en el mundo del cine.

No, temo decir que no la salvan los pequeños gags y las instantáneas carcajadas que pudieran provocar en el público. Se siente como un trabajo de amateur, algo extremadamente cercano al cine-B, y sin embargo, sin la magia que le caracteriza. No pondría en duda que fuera nominada como peor película del año en los Premios Golden Raspberry, mejor conocidos como Razzies. En mi opinión, no vale la pena que pierdas tu tiempo y tu dinero. Si quieres verla, te sugiero que esperes a que pase por televisión de paga. Le doy un cinco.

P.D. Me sorprendió que en México no la titularan Otra loca película de policías.